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Educar para el empoderamiento | Artículo

El término empoderamiento surge de la noción de empowerment, “el cual se crea en los Estados Unidos –implementada en los años setenta- como una respuesta a la crítica sobre ineficacia de la política que favorecía a las instituciones y olvidaba a las personas” (Montero, 2004).

En el ámbito educativo, el componente teórico parte de la pedagogía crítica propuesta por Paulo Freire, desde la necesidad de una práctica liberadora y emancipadora del estudiante basada en su empoderamiento como vía para la transformación individual (elevar sus niveles de confianza, autoestima y capacidad del sujeto) y colectiva (mejora de la interacción social).


Entendemos el empoderamiento  como un proceso de convencimiento del oprimido en su práctica liberadora a través de la acción y la reflexión. “Hay que hacer la opresión real todavía más opresiva, añadiendo a aquella la conciencia de la opresión, haciendo la infamia todavía más infame, al pregonarla” (MarxEngels, 1962).

Para ello, definimos la educación para el empoderamiento como una pedagogía crítica y democrática para el cambio individual y social, que se centra en el estudiante a fin de desarrollar y fortalecer sus capacidades a la par que el conocimiento académico, los hábitos de la investigación, la curiosidad crítica sobre la sociedad, el poder, la desigualdad y su rol en el cambio social (Shor, 1992).

El docente, en una relación dialéctica con el estudiante, debe activar la concienciación de este, reactivando su protagonismo y creando en el aula un entorno que sirva para la reflexión, un espacio ávido de contestación y pronunciamientos de transformación.

De esta manera, en la búsqueda de la emancipación, es el estudiante quien debe adoptar conciencia sobre la importancia de su propia educación.  Al igual, debe tener el reconocimiento de sus capacidades y la asunción del protagonismo en el cambio, con responsabilidad frente a sí mismo y frente a la sociedad. Restaurar la humanización del ser humano en la realidad histórica deshumanizadora en la que se encuentra.

Cabe preguntarse quién oprime a quién. No sólo oprime el opresor, también es el oprimido, sumido en una dialéctica pervertida quién asume el rol de opresor en una dicotomía propia del individuo; en una desubicación de su ser en el mundo. Por ello, por el afán de parecerse al opresor en la búsqueda de la liberación, se cumple que, “casi siempre, en un primer momento de este descubrimiento, los oprimidos, en vez de buscar la liberación, en la lucha y a través de ella, tienden a ser opresores también, o subopresores” (Freire, 1970).

Ante esto, Freire plantea que la educación actual se nutre de lo que denomina “educación bancaria”. “Surge una concepción ‘bancaria’ de la educación, en que el único margen de acción que se ofrece a los educandos es recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos”. Así, el docente, en su creencia de poseedor del conocimiento, transmite al pupilo su saber, que este, ignorante, desconoce. Freire lo llamará “alienación de la ignorancia”, ya que es el educador quién educa, quien sabe, quien habla, quien disciplina, quien opta, quien actúa y quien escoge.

¿Cómo invertir el proceso? Mediante la interacción docente-alumno, es el diálogo y/o la comunicación los que logran que el docente simpatice y empatice con el alumno, pues convivir con él implica comunicarse. “No puede percibir que la vida humana sólo tiene sentido en la comunicación”. El docente debe fomentar la conciencia crítica mediante la creatividad, la acción y la convicción de que el ser humano es un ser consciente que no necesita ser rellenado. Para ello, “la educación problematizadora” se convierte en un “acto cognoscente”.

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De este modo, el docente debe comprometerse en la causa, invirtiendo el proceso educador donde el alumno pasa de ser una caja vacía de contenidos a un ser consciente. Debe fomentar, mediante la estimulación de la autonomía y la libertad con métodos dialógicos y participativos, el crecimiento individual del estudiante. Todo, en un juego dialéctico de acción-reflexión donde el alumno construya así sus propios conocimientos.

El profesor se presenta entonces como un empoderador que activa el compromiso social partiendo del carácter histórico del ser humano. El proceso de aprendizaje continuo a lo largo de la vida por individuos indeterminados, porque son “seres inacabados, inconclusos, en y con una realidad que siendo histórica es también inacabada como ellos”.

Así, la educación del S. XXI se enfrenta al desafío de la era de la comunicación, el docente puede actuar como catalizador del aula, creando un entorno democrático y humanista, donde las TIC pueden ser una herramienta emancipadora que potencie las cualidades del estudiante, que problematice las realidad y sea consciente de su propio poder en la adquisición de la conquista de su propio proceso de aprendizaje.

Miguel Ángel Ruiz Domínguez

Bibliografía

  1. Montero, M.  Introducción a la psicología comunitaria. Desarrollo, conceptos y procesos. Buenos Aires. 2004.
  2. Marx-engels, La Sagrada Familia y otros escritos, México, Grijalbo, 1962.
  3. Shor Ira, Empowering education: critical teaching for social change, Londres, The University of Chicago Press. 1992.
  4. Paulo Freire.  Pedagogia do oprimido. New York: Herder & Herder. 1970

6 comments on “Educar para el empoderamiento | Artículo

  1. Lo más complicado del proceso de empoderamiento es hacer visible lo invisible.

  2. Reblogueó esto en Cursos -> prácticas -> trabajoy comentado:
    El profesor debe comprometerse en la causa, invirtiendo el proceso educador donde el alumno pasa de ser una caja vacía de contenidos a un ser consciente, fomentando así, mediante la estimulación de la autonomía y la libertad con métodos dialógicos y participativos, el crecimiento individual del estudiante, en un juego dialéctico de acción-reflexión donde el alumno construya así sus propios conocimientos.

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